sábado, 8 de octubre de 2016

Leros-Kalymnos y XVI

Los primeros metros por encima del agua eran de roca desnuda y la ascensión se hacía fácil porque la suela de las zapatillas se agarraba perfectamente. Sin embargo pronto el terreno cambió, pasando mayoritariamente a un pedregal plagado de pequeñas matas secas de manzanilla y espinos. Aunque la manzanilla producía al paso un aroma agradable, las hojitas que se fueron metiendo por el calzado tiñeron los calcetines de un ocre indeleble que sobrevive todos los lavados.

La velocidad de subida se redujo drásticamente. Para cada paso había que buscar un punto en el que colocar el pie de forma segura. Pisar una piedra demasiado suelta podía desembocar en una desastrosa caída. Si bien era improbable que las consecuencias fuesen rodar por la ladera hasta abajo del todo, en el mejor de los casos las manos o la cara serían perforadas por los pinchos de las plantas. Desde la propia colina no quedaba claro que la parte superior fuese salvable a pie. Parado, buscaba con la mirada la zona por la que aparentemente se pudiese pasar mejor, calculaba la ruta más asequible en esa dirección hasta unos diez o quince metros de distancia, y avanzaba con dificultad unos tres o cuatro. Entonces, volvía a repetir la operación.

Árbol solitario sobre las colinas de Kalymnos (iamgen de Panoramio)


Aproximadamente a las tres cuartas partes de la ascensión, la perspectiva era bastante desfavorable ya que todo el tramo superior parecía inexpugnable. A la izquierda el terreno se cortaba con un acantilado de quién sabe cuántos metros. Un poco más abajo de donde me hallaba, a la derecha, me pareció distinguir un mojón de los que indican el camino en la montaña. Deshacer el camino siempre sabe mal, y más cuando cuesta tanto avanzar, pero ante la pared que tenía por delante me convencí para probar descender hacia la derecha. A pesar de que perdí de vista el presunto mojón, dando un largo rodeo por aquella parte de la montaña sí se podía andar hasta el que era mi objetivo: Los postes de la luz.  ¡Estaba salvado!

Seguirlos como me habían aconsejado me acabaría costando pasar la noche al raso... pero esa es otra historia.

miércoles, 7 de septiembre de 2016

Leros-Kalymnos XV

No sé cuánto tardé en llegar a las rocas de salida, muchísimo, pero lo hice completamente consciente de que llevaba solamente la mitad del trabajo. Hasta allí había podido aguantar las cajas con las dos manos, pero para pasar el equipaje a tierra debería soltar como mínimo una (por el tamaño de las cajas, no podría sacarlas del agua con el equipaje encima). Y eso, además, con las olas rompiendo.

Unas rocas forman allí una micropenínsula, y en la parte norte del istmo encontré el que me pareció el mejor punto para la operación: Una altura de las rocas asequible combinada con una esquina en la que medio encajonar las cajas. El inconveniente que tenía es que, por su orientación, no ofrecía protección del oleaje. Con las manos libres habría sido asequible acercarse indemne, pero, con la única tracción de las piernas, las olas me zarandearon y me llevé golpes por todas partes. Meses después, todavía perduran una cicatriz en el pie izquierdo (aun yendo protegido por las chancletas) y otra en el abdomen.



Finalmente, conseguí apoyar un pie, ajustar las cajas contra la roca y soltar una mano para sacar a toda prisa las bolsas pequeñas. Para la grande no iba a bastar con una mano, así que desasí definitivamente las cajas y levanté la bolsa de plástico que la envolvía. Como si quisiera ayudarme en el movimiento, otra gran ola llegó en aquel preciso momento. Me hizo arrastrar la mochila contra la roca pero, por suerte, pude dejarla en lugar seguro y solamente la bolsa de plástico se hizo trizas. Distinto fue el efecto en las cajas. La ola, al encontrarlas sin sujeción en el embudo en el que se encontraban, las hizo volar por los aires saltando el istmo entero y desapareciendo de mi vista.

Salí del agua sin esperar la siguiente ola. Miré primero hacia la cala, para hacerle una señal a Pavel de que lo había conseguido pero no le vi ni a él ni a la canoa. Supongo que se instaló al fondo de la cala, en busca de resguardo del viento y las olas. Luego miré al agua del otro lado del istmo, donde bailaban los restos de mi construcción. Las cajas por un lado, y cada pedazo de poliestireno por otro. Estrictamente, no había incumplido la norma autoimpuesta de no tirar basura en el entorno porque aquella ya estaba por allí cuando llegué, pero sentí pesar por mi contribución en desperdigarla. Como atenuente, pensé que por acción del viento al cabo de pocas horas todo aquello acabaría en el mismo lugar del que lo había recogido.

En cualquier caso, yo estaba otra vez fuera del agua. Daría por finalizada la travesía si por allí conseguía llegar al tendido eléctrico. Esperaba que esa fuese la última etapa.

domingo, 21 de agosto de 2016

Leros-Kalymnos XIV

Mis chanclas eran de tipo sandalia y me las había dejado bien ajustadas en previsión de lo que me encontraría a la hora de salir del agua. De todos modos, antes había que llegar hasta aquellas rocas con el equipaje intancto sobre las cajas. En una bolsa de plástico grande había metido la mochila con casi todo dentro. Lo que no cupo (cosas que se podían mojar) lo repartí en dos mochilitas de esas tan simples y pequeñas que se cierran tirando de unas cuerdas que hacen la función de asas. La bolsa de plástico no cerraba herméticamente y por lo tanto solamente salvaba de las salpicaduras. Si en cualquier momento se me volcaba el equipaje, se me mojaría TODO: ropa, electrónica, dinero. Era crítico impedirlo.

Carguero inclinado por una tormenta (foto de France Info)


Cuando se arrastra algo en el agua, lo más eficiente es colocar el cuerpo de lado lo más horizontal posible, estirando con la mano que queda en la parte superior e impulsando con la otra y las piernas. Sin embargo, yo no podía permitirme esa eficiencia porque la estabilidad de mi carga era muy delicada. Debía aguantar las cajas con ambas manos para asegurarme de que no se inclinasen al chocar con las olas. Eso obligaba a mantener el cuerpo prácticamente vertical, lo que a su vez provocaba ausencia de hidrodinámica y dificultad de impulsión con las piernas. La velocidad de avance era extremadamente lenta pero la prioridad era el equilibrio de las cajas. Más valía pasarse que quedarse corto, porque un solo segundo de despiste podía acabar con todo el equipaje empapado. Las olas más altas salpicaban de lleno en la bolsa de plástico, pero el objetivo principal se cumplía y ningún envite había desequilibrado el paquete. Por eso, el cansancio de las piernas por tan complicada postura se afrontaba bien.

Por cierto, al pasar por delante de ellos y verlos desde otro ángulo, descubrí que los barrancos parecían bastante asequibles y que podría haber llegado por tierra en lugar de arriesgarme a un naufragio. Lo tendré en cuenta la próxima vez que quede atrapado en aquella cala.

sábado, 6 de agosto de 2016

Leros-Kalymnos XIII

El diseño del artilugio en el que llevaría el equipaje hasta las rocas de salida era simple: Una caja de plástico del revés y otra encima del derecho, atadas con cuerdas y restos de redes. Llené la de abajo de corcho y en la de encima, donde iría la mochila, metí piedras para hacer una botadura de prueba. El invento cumplía sobradamente la primera ley de la náutica, que manda que las embarcaciones floten. Pero no la segunda, que manda que el centro de gravedad se encuentre lo más bajo posible para que las oscilaciones no provoquen el volcado. Si hubiese encontrado alguna caja más, habría añadido un piso inferior con piedras. Pero como las que quedaban en la cala estaban demasiado rotas, retiré algunos trozos de poliestireno para que no flotase tanto y vaciando la caja de encima di por finalizada la construcción. Sin tenerlas todas conmigo, llevándolo con mucho cuidado podía no hundirse.

Pájaro posado sobre una caja arrastrada hasta la costa


No recuerdo cómo, en la conversación con Pavel salió nuevamente su plan de remar al día siguiente, con mejor tiempo.

—La previsión meteorológica para mañana es aún peor que la de hoy —le advertí.

—¿Ah sí? ¿Y la de pasado?

—Esa ya no la conozco.

—Mmm... entonces a lo mejor salgo esta tarde, porque no tendría agua para tantos días.

Durante una fracción me quise tirar de los pelos por no habérselo mencionado al principio. Luego pensé que podía esperar a que se preparase y salir juntos hacia otra cala accesible. Pero otra fracción después decidí seguir con el plan de llevar el equipaje en las cajas. Por un lado él no lo dijo muy rotundamente, y por otro yo, después del rato dedicado al montaje de las cajas, tenía ganas de intentar la aventura en solitario.

Cuando estuve listo, Pavel me ayudó a transportar las cajas durante los primeros metros en el agua. Con cuatro manos era fácil evitar que se inclinasen y volcasen. Cuando el agua nos cubría por encima de la cintura, me dijo que si avanzaba más perdería las chancletas. Solté la mano derecha para estrechar la suya, le agradecí toda su ayuda, y nos despedimos deseándonos suerte. Los dos la íbamos a necesitar.

jueves, 21 de julio de 2016

Leros-Kalymnos XII

Desde la cala se podía llegar caminando a unos metros de distancia del agua hasta la zona por la que pretendía subir. Solamente había unos obstáculos: Una cerca (otra curiosa costumbre helena esa de plantar vallas por los sitios más recónditos) y dos o tres barrancos. En la primera había una puerta algo destartalada, así que no sería difícil de salvar. Los surcos en la ladera en cambio no estaban tan claros. Desde nuestro ángulo solamente se apreciaba su existencia, pero no su dificultad. Nuevamente Pavel los veía perfectamente salvables, mientras que yo tenía reticencias. Otros años, en otras islas, ya me había metido por lugares que no parecían problemáticos y luego me había arrepentido amargamente. Quizás al llegar a ellos resultaban sencillos de atravesar, pero si existiese alguna alternativa prefería no arriesgarme. ¿Existía alternativa?

Me había fijado en unas rocas bajas que había en la orilla. Por toda aquella pared hay demasiada altura para poder salir del agua, con dos excepciones. La más asequible se encuentra entre dos barrancos, así que solamente ahorra la mitad del peligro, mientras que la otra es un poco menos practicable pero se encuentra justo al pie de la zona por la que se puede subir. Así que sí, existía la opción de llegar nadando. Si Pavel era capaz de remar esos 200 metros, podría llevarme el equipaje y yo escaparía.

—Sí, remar hasta allí sí podría. El problema está en poder pararme para descargar.

Aj, había olvidado que el mayor enemigo para la estabilidad de la canoa era la lentitud, y pararse justo donde las olas rompían iba a resultarle peligroso. Pero todavía no estaba todo perdido. En la cala había corcho blanco como para reflotar el Titanic. Construiría un artilugio flotante en el que transportar yo mismo el equipaje.

Vista de satélite de la ensenada (Google Maps)

sábado, 25 de junio de 2016

Leros-Kalymnos XI

No sé cuánto tiempo pasamos así hasta que una ola más fuerte que las demás nos mojó hasta las rodillas. Fue una buena excusa para desperezarnos. Había que volver a nadar hasta otra playa de la que sí se pudiese salir a pie, seguramente aquella donde Pavel me había dicho que iba a hacer noche. Sin embargo, sus palabras después del descanso no fueron en esa línea:

—Creo que me voy a quedar a dormir aquí.

—¿¿Qué??

—Sí, porque tal y como está la mar creo que será mejor no salir con la canoa hasta mañana.

—Ah... pues... entonces yo también...

—Ah, ¿¿tú también te quedas?? —preguntó como sorprendido.

—Hombre... ¿cómo me voy a ir si no? —No sabía si me estaba tomando el pelo o realmente creía que podría cargar con la mochila sobre la cabeza por el agua.

—Por ahí —contestó señalando al fondo de la cala.

Me puse las gafas para observar mejor las enormes rocas allí agolpadas, porque al llegar no me había parecido para nada que por aquella zona se pudiese pasar. La inspección no dio resultados distintos. No veía cómo escapar por allí. Pavel en cambio me lo presentaba facilísmo.

—Sí, subes por aquí, luego pasas ahí, y luego ya sigues.

—Imposible. —No lo decía en el sentido de que fuese una gesta inhumana. Posiblemente, un escalador experto sería capaz de subir por aquella pared sin dificultad. Lo que yo quería decir es que era imposible que yo, sin conocimientos ni experiencia ni material de escalada, lo intentase si no era a punta de pistola. Porque encima solamente veíamos el tramo inferior. Incluso subí por el lateral contrario hasta bastante altura. Aquello permitía salvar las rocas de abajo, pero la ruta que seguía parecía apta solo para cabras. No. Nadar entre islas puede ser una locura; meterme por aquellas rocas era una temeridad.

Escalador en la costa noroeste de Kalymnos


—Ya te había avisado de que Kalymnos era una isla para escaladores.

—Ya, hombre, pero nadando he visto laderas por las que se podía subir sin cuerdas y arneses.

—Bueno, si no también puedes subir por allí.

Señaló hacia la pared occidental de la ensenada. Mientras que la oriental era completamente vertical, la que él me indicaba tenía una pendiente de unos 45º y por la parte más alejada de nosotros  aparentemente permitía llegar hasta donde pasaban los postes de la luz. Aquello era otra cosa. Solo faltaba llegar hasta aquel extremo.

domingo, 12 de junio de 2016

Leros-Kalymnos X

Al fondo de la cala había una especie de empinado barranco bloqueado por rocas gigantescas. El suelo hasta allí estaba cubierto por kilos de basura: Restos de redes, cajas de plástico, botellas, maderas, corcho blanco... Cualquier material que flotase era susceptible de ser arrastrado por las olas hasta aquella playa, incluso más de diez metros tierra adentro.

Kalymnos desde el suroeste

Tras secarme y ponerme camiseta y chanclas, busqué un trocito de suelo libre en el que sentarme para comer algún tentempié que llevaba en la mochila. La idea original era consumirlos durante la caminata por el norte de Kalymnos. Los planes se habían torcido un poco y probablemente ya no iba a poder llegar a la capital de la isla antes del anochecer, pero a medio camino había otras zonas habitadas donde encontrar alojamiento. Comí mucho menos de lo que el hambre pasada en el agua hacía presagiar (afortunadamente, puesto que tampoco habia cogido mucha comida). Engullí un par de puñados de cacahuetes y otros tantos de patatas fritas, y se me pasó.

Pavel ya había comido mientras me esperaba. Durante mi tardanza, había sopesado arriesgarse a navegar contra las olas para buscarme o llamar por teléfono para conseguir ayuda (no sé si a los guardacostas o a Telepizza). Nos tumbamos a la sombra que a aquella hora cubría la cuarta parte de la cala. Sin llegar a dormir, fue un rato de máxima paz con el sonido de las olas rompiendo justo a nuestros pies.

domingo, 22 de mayo de 2016

Leros-Kalymnos IX

A unos dos kilómetros de la punta norte de Kalymnos hay en la costa este una ensenada con una cala sin acceso terrestre, seguida de un pequeño cabo. Al verla, un nuevo dilema me asaltó. ¿Meterme dentro hasta la cala, o seguir nadando más allá del cabo? Parar en la cala podía permitirme descansar un rato hasta que se cerrase el estómago y desapareciese el hambre, pero también podía hacerme perder un tiempo y unas fuerzas valiosos.

El islote de Kalolimnos, a unos 7 km al este de Kalymnos


Decantaron la balanza un par de figuras que me pareció distinguir en la cala. Podía tratarse de un espejismo causado por la falta de glucosa en el cerebro, pero incluso la de la izquierda tenía forma de piragua y la de la derecha de persona, por lo que me dirigí hacia allí. La siguiente vez que alcé la cabeza por encima de las olas, seguían estando pero ya no me parecieron tan claras. La siguiente, solo vi media figura. La cosa empeoraba. En cualquier caso, si todo era producto de mi mente, estaba claro que no podía proseguir el viaje en aquel estado, así que continué en dirección a la cala.

A pocos metros de tierra volví a levantar la cabeza, y vi a Pavel sentado en la orilla junto a su canoa. Aun pudiendo completar los últimos metros a pie, nadé ya sin parar hasta prácticamente chocar con la cabeza con la orilla, compuesta en este caso por guijarros. Pavel estaba muy aliviado por verme nuevamente, pero la barriga no me permitió responder a su efusividad. Me lancé entre mi equipaje en busca de una botella de agua en la que por la mañana había disuelto azúcar, la forma más rápida de recuperar un nivel glucémico tolerable. Todavía habría que volver a nadar para salir de aquel rinconcito, pero con el estómago lleno sería mucho más fácil.

sábado, 7 de mayo de 2016

Leros-Kalymnos VIII

En cierto momento, se me abrieron los cielos. Después de metros y más metros de roca desnuda, ¡vi un erizo! Solitario, a un par de metros de profundidad, por fin algo que llevarme a la boca. Daba igual que lo que tiene valor gastronómico de cada uno apenas llene dos cucharas. Daba igual que en verano a lo mejor ni siquiera tengan nada (si en Grecia está prohibido capturarlos fuera de la temporada invernal, espero que el juez sepa entender la gravedad de la situación). Daba igual que en "Kidnapped!" David Balfour sufriese una intoxicación por comerlos. Estaba más hambriento que una barracuda, y aquel erizo iba a pagarlo.

Erizo de mar mediterráneo


Buceé para cogerlo y, claro, no pude. No sobrevivirían a las olas si no tuviesen un buen sistema de agarre al suelo, ni a los depredadores sin no tuviesen un buen recubrimiento de pinchos. Pero la suerte estaba de mi lado. A unos cinco metros de profundidad vislumbré la única piedra en más de una hora. Era más grande de lo que necesitaba, unos dos kilos, pero no importaba. Con ella pude empujar lateralmente al erizo y despegarlo del suelo. Subí con cada uno en una mano a la superficie. Observado de cerca, los pedúnculos del bicho daban un poco de asco, pero a buen hambre no hay pan duro.

Para redondear la racha de buena suerte, cerca de tierra había una roca que sobresalía un poco del agua, con una hendidura en el centro donde apoyar el erizo, y con otras alrededor con la profundidad perfecta para sostenerme de pie. Ni hecho a medida. Así podía golpear el erizo con la piedra, abrirlo como si fuese una nuez, y comerme lo que encontrase dentro. Me temía que eso tampoco iba a ser muy agradable a la vista, pero el estómago no tenía muchos remilgos en aquel momento. Levanté la piedra, calculando con qué fuerza tenía que descargarla: ni demasiado flojo para romper la coraza negra, ni demasiado fuerte para no espachurrarlo. Justo entonces, llegó una ola más grande que las demás y barrió la roca donde tenía el erizo, llevándoselo quién sabe dónde.

Mi racha de buena suerte se había acabado de repente. Hace 25 siglos habría creído que Poseidón me había puesto la miel en los labios y me la había arrebatado por diversión. Aceptando su burla, dejé hundir la piedra y seguí con mi rumbo.

viernes, 15 de abril de 2016

Leros-Kalymnos VII

A pesar de que en el punto en el que volví al mar apenas se notaba la corriente, mi ritmo era exageradamente lento. A ojo, debía de ir a un kilómetro por hora. La hipoglucemia se había adueñado de mi cuerpo y no podía dar más de una docena de brazadas seguidas. En esas condiciones el cerebro, falto de combustible, fue presa fácil de las dudas. En principio, la ruta a seguir era fácil: rumbo sureste en paralelo a la costa. ¿Y si Pavel había ido en realidad para el otro lado? ¿Y si había dado media vuelta y había vuelto a Leros? ¿Y si seguía remando treinta kilómetros hasta el extremo sur de Kalymnos? ¿Y si había volcado y estaba en el fondo del mar? Varias veces llegué a deshacer parte del camino que llevaba recorrido, sintiendo que habría optado por la costa oeste. Al cabo de unos metros volvía a ver claro que más valía continuar con el plan inicial, y giraba nuevamente. Iba como pollo sin cabeza.

Esponjas mediterráneas


Todo habría sido muy diferente si hubiese podido llenar el estómago para calmar el hambre. Cada vez que metía la cabeza bajo el agua escrutaba en busca de comida. En vano. Había por aquella zona pocos peces, y ninguno se iba a dejar atrapar con las manos desnudas. El fondo estaba formado por rocas lisas (qué diferencia respecto a las que había en tierra) sobre las que no podía agarrar ningún alga. Ni siquiera los erizos, tan abundantes en otros puntos del Dodecaneso, existían por allí. Lo único que tenía al alcance eran esponjas, pero no las imaginaba muy masticables.

En aquel orden de cosas, pasé por encima de la línea eléctrica que une las islas hasta Rodas. En tierra va sobre postes de madera, mientras en el agua van los tres cables por el fondo. Me habían explicado que si entraba en Kalymnos por la punta norte tenía que apañármelas para encontrar los postes. A partir de allí, tenía que seguirlos y así llegaría hasta los primeros caminos y poblaciones. Lástima que para seguir ese consejo necesitase calzado y no tenía ni idea de dónde estaba el mío. Miré los postes subiendo por las laderas, los cables serpenteando en el fondo, y continué mi pequeña odisea.

viernes, 25 de marzo de 2016

Leros-Kalymnos VI

A falta de pocos metros de tierra, me di cuenta de que el fondo del mar se desplazaba hacia mi izquierda. Las corrientes son habituales en aquel paso, y aquella me llevaba el oeste (dirección casi contraria a la del viento). Como no quería desviarme demasiado, ya que un poco más allá la costa se llena de acantilados inaccesibles, me giré noventa grados para nadar en contra de la corriente y deshacer los metros que me hubiese alejado del recorrido más recto. Pero la corriente tenía exactamente la misma velocidad que yo y no avanzaba ni un centímetro. Me puse a nadar con todas mis fuerzas y no pude avanzar ni un milímetro. Eso me alarmó un poco. Dejé de luchar contra la corriente, giré noventa grados para ponerme otra vez de cara a Kalymnos, y cubrí la corta distancia que me faltaba permitiendo que la corriente me arrastrase en perpendicular cuanto quisiese. En realidad, los acantilados estaban todavía suficientemente lejos.

Pavel me había comentado que en Kalymnos sin zapatos eres hombre muerto. La roca volcánica que pisé al salir del agua le dio toda la razón. Pero eso no fue lo peor. Lo peor fue ponerme en pie tan bien como me permitieron las plantas y no verlo ni por el sureste ni por el suroeste ni por ningún lado. ¿¿Dónde se había metido?? Sin estar del todo seguro, supuse que el oleaje le habría impedido parar allí, haciéndole escoger la primera de las dos direcciones en las que había señalado y habría ido a toda velocidad hasta detrás de algún accidente costero.

Llegada a Kalymnos sobre Google Maps

Había llegado a mi objetivo, pero aparte de las gafas de natación y el bañador no tenía nada. Ni reloj, ni agua potable, ni teléfono, ni calzado, ni comida, ni ropa, ni dinero, ni NADA DE NADA. Todo lo tenía Pavel en su canoa, y no parecía que pudiese esperar que él viniese a por mí. Estaba obligado a ir a buscarle yo. ¿Pero cómo iba a ir hacia el sureste? Por mar la corriente no me iba a dejar, y por tierra el suelo rocoso tampoco me lo iba a poner nada fácil. Decidí llegar como pudiese hasta donde la corriente no fuese tan fuerte, y allí volver a nadar. Para descargar peso de las plantas de los pies y que las rocas no se clavasen tanto, me puse a caminar apoyando también las manos. No pude evitar reírme al verme cual Gollum, semidesnudo y avanzando a cuatro patas, en busca de mi tesor... digooo... de mi mochila.

domingo, 13 de marzo de 2016

Leros-Kalymnos V

Nos volvimos a separar un poco al pasar por una jaula de acuicultura. Al llegar a unos metros de distancia me sumergí para ver qué había dentro. Un muro de pequeños peces me hizo pensar que la jaula contendría millones de ellos. Sin embargo, al aproximarme buceando se disgregaron todos, por lo que supongo que solamente habría miles, nadando en círculos por la pared de la jaula. Satisfecha la curiosidad, volví a la vera de la canoa.

Espacio entre Leros (izquierda) y Kalymnos (derecha) (foto de Linta Spyropoulou)


Los dos islotes están tan juntos que  no hubo diferencia en el estado de la mar al pasar del uno al otro. En el segundo, Pavel me señaló una ermita. Llama la atención del extranjero el fervor religioso que lleva a construir pequeños templos en lugares tan remotos como aquel. ¿Cuánta gente usará ese al cabo del año?

Por la mitad del segundo me sobrevino una gran debilidad en los brazos. Al decidir en la playa que no necesitaría avituallamiento, no había tenido en cuenta el rato que había pasado buscando al marinero, ni los kilómetros caminados entre Lakki y Ksirokampos, ni la hora larga de preparativos de Pavel. En aquel momento hacía ya unas cuantas horas que había desayunado, y un hambre punzante me sacudió el estómago. Pero bueno, no era grave: Kalymnos estaba a menos de medio kilómetro y podría resistir.

Al llegar al final del segundo islote, Pavel me dijo que a partir de ese punto debería volver a ir rápido, porque al perder el abrigo de los islotes las olas volvían a crecer. Ningún problema: La punta de Kalymnos por la que iba a salir estaba a menos de doscientos metros, en línea recta hacia el sur, y por aquel estrecho no pasaría ningún barco que pudiese atropellarme sin verme. Apuntando con el remo hacia en sureste, añadió que por allí podía haber un buen punto para salir del agua. Seguidamente, movió el remo hacia el suroeste y dijo algo que no llegué a comprender. Aunque las primeras palabras sí las había oído claramente, en aquel momento la verdad es que tampoco comprendí de qué me estaba hablando. ¿Para qué iba a salir por algún punto alejado del sureste, si ahí mismo, enfrente, estaba el lugar más cercano de salida? Con el hambre que tenía, cuantos menos metros hiciese antes podría comer. También, cuanto menos tiempo dedicásemos a hablar antes podría comer. Así que no le di importancia y, sin decirle ni sí ni no, fui directo hacia la punta.

miércoles, 9 de marzo de 2016

Leros-Kalymnos IV

Fuera de la protección del golfo, las olas sobrepasaban el medio metro. Provenientes con mucho desorden del noroeste, a nado no solo no eran difíciles de sortear sino que incluso hacían la travesía más divertida. Desde la canoa en cambio se debía de ver bastante distinto, porque Pavel dejó de dar vueltas y fue directo hacia el primero de los dos islotes (Mikro y Megalo Glaronisi) que flanquean por el oeste el paso entre Leros y Kalymnos.

Cuando estaba más o menos a media distancia de Leros y del islote, apareció un barco por la derecha, navegando en perpendicular. Reconocí de inmediato la embarcación que menos ganas tenía de encontrarme de todas las que estuviesen en cien kilómetros a la redonda. Era un guardacostas que la noche anterior había visto atracado en Lakki. Aunque todavía estaba un poco lejos, con Pavel más de cien metros por delante de mí paré de nadar para vigilar que el barco no me pisase como un elefante a una hormiga. Empecé a suponer que tendría que darles explicaciones de qué hacía solo en medio del mar. Y a rezar para que no me obligasen a salir del agua.

Guardacostas griego


Balanceándome con las olas, fui observando cómo se acercaban. Vi movimiento de dos o tres personas en cubierta y al pasar por delante de mí el motor redujo marcha. Sin embargo, siguió avanzando. Nadie me dijo nada, y al cabo de un rato aún seguía alejándose. No tenía ningunas ganas de que parasen y tampoco mostré ninguna señal de necesidad de ayuda, pero por otro lado no da mucha tranquilidad que en plena crisis de refugiados sirios un guardacostas no preste la más mínima atención a una persona flotando a medio kilómetro de tierra.

El guardacostas había cruzado entre Pavel y yo, y cuando se fue apenas pude ver la canoa metiéndose tras un cabo del islote. Tenía la esperanza de que al abrigo del islote el oleaje fuese menor y Pavel me pudiese esperar allí. Si no... a saber cuándo volvería a verlo. ¿Me vería obligado a nadar hasta la cala en la que él iba a hacer noche? Cuando doblé el cabo encontré una verdadera balsa de aceite, sin la más mínima ola, y a Pavel esperándome.

viernes, 4 de marzo de 2016

Leros-Kalymnos III

Según el pronóstico meteorológico, a diferencia del día anterior se esperaba bastante viento (fuerza de 5 a 6) y oleaje, pero desde la playa en la que estábamos no había señal de ninguno de los dos. Ksirokampos está en al final de un oblongo golfo de casi dos kilómetros de longitud y medio de anchura y las aguas suelen estar bastante tranquilas. Menos claro estaba qué sucedería en mar abierto al salir del golfo.

Un chico de unos doce años apareció y curioseó en torno a la canoa. Conversando un poco con él, me contó que su familia se dedicaba a la pesca y tenía un par de embarcaciones, así que quise saber su opinión sobre en qué estado nos íbamos a encontrar la mar. Echó un vistazo y dijo que le parecía que "bonanza". Perfecto, podíamos partir tranquilos.

Kalymnos desde el extremo sureste de Leros (imagen de Panoramio)


Al principio de la travesía esquivamos unos cuantos veleros fondeados, y luego pudimos seguir en línea más o menos recta hacia Kalymnos. A medida que nos acercábamos a la bocana del golfo iban creciendo las olas, pero sin representar ningún problema para la natación. Cuando superaban el palmo de altura, Pavel se adelantó. Poco a poco, se llegó a alejar más de 30 metros. Entonces, viró 90 grados a la izquierda. ¿¿Estaba dando media vuelta??

—¡PAVEL!

—¡TRANQUILO, TODO VA BIEN! —Siguió virando hasta ir en sentido contrario al mío—. Es por estabilidad, como en una bicicleta. Es más fácil superar las olas si vas rápido. Tú sigue, que yo iré dando vueltas alrededor de ti.

Cuando volvió a adelantarme, tuve cargo de conciencia. Me di cuenta de cómo tenía que bregar con los remos y yo no solo le hacía ir mas lento sino que además le había cargado el peso de mi equipaje encima de la canoa. Aun así, insitió en que todo iba bien.

viernes, 26 de febrero de 2016

Leros-Kalymnos II

La locura de Pavel era la circunnavegación de Kalymnos en canoa. En días anteriores había completado la mitad, pero se había visto obligado a cambiar de planes al llegar a la punta más septentrional, ya que por la costa oeste de la isla el oleaje suele ser peor que por la este. Así que había seguido recto hasta Leros, y aquel día se disponía a iniciar el regreso nuevamente por el este. Me dijo que tardaría algo más de una hora en estar listo, y mientras cada uno llevaba a cabo sus preparativos estuvimos charlando sobre nuestros viajes,  Kalymnos, nuestras experiencias en Grecia,etc. Su inglés no era muy fluido pero sí suficiente para conversar. Tenía una tienda de campaña plantada en la playa.

—¿No está prohibida la acampada? —le pregunté.

—Sí, pero los griegos son permisivos y no ponen inconvenientes.

—Claro. Con lo poco que les gusta cumplir las normas a ellos mismos, no pueden ser estrictos con los demás.

Kalymnos desde la playa de Ksirokampos (imagen de Panoramio)


A la hora de colocar mis cosas en el reducido espacio del que disponía la canoa, rechacé dejar bebida o comida a mano para tomar mientras estuviese en el agua. Había confirmado por diversas fuentes que desde la punta norte de Kalymnos era complicado pero posible llegar a pie hasta los senderos y carreteras del sur. Eso significaba que la travesía sería solamente de unos cuatro kilómetros, distancia que se puede cubrir sin necesidad de avituallamiento.

El objetivo de Pavel era llegar a una cala de Kalymnos a nueve kilómetros de Ksirokampos y me invitaba a ir con él, pero yo prefería una travesía corta. Estas son las dos grandes islas del Dodecaneso más cercanas entre sí, y prefería reservarme para travesías posteriores. Además, el plan era recorrer a pie Kalymnos entera ese mismo día, y entre unas cosas y otras ya había pasado una parte importante de la mañana.

domingo, 21 de febrero de 2016

Leros-Kalymnos I

La localidad de Leros más cercana a la isla de Kalymnos es Ksirokampos, así que allí me dirigí por la mañana desde Lakki. No era muy temprano porque antes de partir había intentado encontrar a un marinero con el que anteriormente había hablado sobre el cruce: conocía a alguien en Ksirokampos que me podía escoltar con su barca. No obstante, no hubo forma de dar con él, y como Mixalis me había dicho el día antes que no me preocupase porque seguro que cualquier pescador a quien se lo pidiese estaría dispuesto a ayudarme, tomé la carretera hacia el sur.

Ksirokampos al pie y Kalymnos al fondo (foto de Panoramio)


Cogí más de cuatro litros de agua para no tener problemas en el norte de Kalymnos, terreno totalmente desierto por el que iba a tener que pasar las horas más calurosas del día después de salir del mar. De todos modos, por aligerar el peso de la mochila, de un litro ya había dado cuenta al llegar a Ksirokampos. No se veía un alma ni en el pueblo ni en el puerto, situado a la derecha, al otro lado de la playa.

En medio de la playa vi una canoa y un hombre robusto que manipulaba bolsas a su lado. Aunque no tenía claro si empaquetaba o desempaquetaba, ante la perspectiva de no encontrar a nadie en el puerto me decidí a saludarle. Con un fuerte acento centroeuropeo, me pidió que le hablase en inglés. Se llamaba Pavel y era de la República Checa. Al explicarle mis intenciones, mostró un gran entusiasmo. Precisamente iba hacia Kalymnos, pero me dijo que le gustaba tanto mi idea que, si no, me habría acompañado de todas formas.

—Mira que los checos hacemos locuras, pero no de este nivel. No sabía que los españoles estuviesen tan chiflados. De un italiano aún me lo habría esperado, pero no de un español.

Riendo, le contesté que me lo tomaría como un cumplido.