Pavel me había comentado que en Kalymnos sin zapatos eres hombre muerto. La roca volcánica que pisé al salir del agua le dio toda la razón. Pero eso no fue lo peor. Lo peor fue ponerme en pie tan bien como me permitieron las plantas y no verlo ni por el sureste ni por el suroeste ni por ningún lado. ¿¿Dónde se había metido?? Sin estar del todo seguro, supuse que el oleaje le habría impedido parar allí, haciéndole escoger la primera de las dos direcciones en las que había señalado y habría ido a toda velocidad hasta detrás de algún accidente costero.
Había llegado a mi objetivo, pero aparte de las gafas de natación y el bañador no tenía nada. Ni reloj, ni agua potable, ni teléfono, ni calzado, ni comida, ni ropa, ni dinero, ni NADA DE NADA. Todo lo tenía Pavel en su canoa, y no parecía que pudiese esperar que él viniese a por mí. Estaba obligado a ir a buscarle yo. ¿Pero cómo iba a ir hacia el sureste? Por mar la corriente no me iba a dejar, y por tierra el suelo rocoso tampoco me lo iba a poner nada fácil. Decidí llegar como pudiese hasta donde la corriente no fuese tan fuerte, y allí volver a nadar. Para descargar peso de las plantas de los pies y que las rocas no se clavasen tanto, me puse a caminar apoyando también las manos. No pude evitar reírme al verme cual Gollum, semidesnudo y avanzando a cuatro patas, en busca de mi tesor... digooo... de mi mochila.
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