viernes, 25 de marzo de 2016

Leros-Kalymnos VI

A falta de pocos metros de tierra, me di cuenta de que el fondo del mar se desplazaba hacia mi izquierda. Las corrientes son habituales en aquel paso, y aquella me llevaba el oeste (dirección casi contraria a la del viento). Como no quería desviarme demasiado, ya que un poco más allá la costa se llena de acantilados inaccesibles, me giré noventa grados para nadar en contra de la corriente y deshacer los metros que me hubiese alejado del recorrido más recto. Pero la corriente tenía exactamente la misma velocidad que yo y no avanzaba ni un centímetro. Me puse a nadar con todas mis fuerzas y no pude avanzar ni un milímetro. Eso me alarmó un poco. Dejé de luchar contra la corriente, giré noventa grados para ponerme otra vez de cara a Kalymnos, y cubrí la corta distancia que me faltaba permitiendo que la corriente me arrastrase en perpendicular cuanto quisiese. En realidad, los acantilados estaban todavía suficientemente lejos.

Pavel me había comentado que en Kalymnos sin zapatos eres hombre muerto. La roca volcánica que pisé al salir del agua le dio toda la razón. Pero eso no fue lo peor. Lo peor fue ponerme en pie tan bien como me permitieron las plantas y no verlo ni por el sureste ni por el suroeste ni por ningún lado. ¿¿Dónde se había metido?? Sin estar del todo seguro, supuse que el oleaje le habría impedido parar allí, haciéndole escoger la primera de las dos direcciones en las que había señalado y habría ido a toda velocidad hasta detrás de algún accidente costero.

Llegada a Kalymnos sobre Google Maps

Había llegado a mi objetivo, pero aparte de las gafas de natación y el bañador no tenía nada. Ni reloj, ni agua potable, ni teléfono, ni calzado, ni comida, ni ropa, ni dinero, ni NADA DE NADA. Todo lo tenía Pavel en su canoa, y no parecía que pudiese esperar que él viniese a por mí. Estaba obligado a ir a buscarle yo. ¿Pero cómo iba a ir hacia el sureste? Por mar la corriente no me iba a dejar, y por tierra el suelo rocoso tampoco me lo iba a poner nada fácil. Decidí llegar como pudiese hasta donde la corriente no fuese tan fuerte, y allí volver a nadar. Para descargar peso de las plantas de los pies y que las rocas no se clavasen tanto, me puse a caminar apoyando también las manos. No pude evitar reírme al verme cual Gollum, semidesnudo y avanzando a cuatro patas, en busca de mi tesor... digooo... de mi mochila.

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