sábado, 8 de octubre de 2016

Leros-Kalymnos y XVI

Los primeros metros por encima del agua eran de roca desnuda y la ascensión se hacía fácil porque la suela de las zapatillas se agarraba perfectamente. Sin embargo pronto el terreno cambió, pasando mayoritariamente a un pedregal plagado de pequeñas matas secas de manzanilla y espinos. Aunque la manzanilla producía al paso un aroma agradable, las hojitas que se fueron metiendo por el calzado tiñeron los calcetines de un ocre indeleble que sobrevive todos los lavados.

La velocidad de subida se redujo drásticamente. Para cada paso había que buscar un punto en el que colocar el pie de forma segura. Pisar una piedra demasiado suelta podía desembocar en una desastrosa caída. Si bien era improbable que las consecuencias fuesen rodar por la ladera hasta abajo del todo, en el mejor de los casos las manos o la cara serían perforadas por los pinchos de las plantas. Desde la propia colina no quedaba claro que la parte superior fuese salvable a pie. Parado, buscaba con la mirada la zona por la que aparentemente se pudiese pasar mejor, calculaba la ruta más asequible en esa dirección hasta unos diez o quince metros de distancia, y avanzaba con dificultad unos tres o cuatro. Entonces, volvía a repetir la operación.

Árbol solitario sobre las colinas de Kalymnos (iamgen de Panoramio)


Aproximadamente a las tres cuartas partes de la ascensión, la perspectiva era bastante desfavorable ya que todo el tramo superior parecía inexpugnable. A la izquierda el terreno se cortaba con un acantilado de quién sabe cuántos metros. Un poco más abajo de donde me hallaba, a la derecha, me pareció distinguir un mojón de los que indican el camino en la montaña. Deshacer el camino siempre sabe mal, y más cuando cuesta tanto avanzar, pero ante la pared que tenía por delante me convencí para probar descender hacia la derecha. A pesar de que perdí de vista el presunto mojón, dando un largo rodeo por aquella parte de la montaña sí se podía andar hasta el que era mi objetivo: Los postes de la luz.  ¡Estaba salvado!

Seguirlos como me habían aconsejado me acabaría costando pasar la noche al raso... pero esa es otra historia.

miércoles, 7 de septiembre de 2016

Leros-Kalymnos XV

No sé cuánto tardé en llegar a las rocas de salida, muchísimo, pero lo hice completamente consciente de que llevaba solamente la mitad del trabajo. Hasta allí había podido aguantar las cajas con las dos manos, pero para pasar el equipaje a tierra debería soltar como mínimo una (por el tamaño de las cajas, no podría sacarlas del agua con el equipaje encima). Y eso, además, con las olas rompiendo.

Unas rocas forman allí una micropenínsula, y en la parte norte del istmo encontré el que me pareció el mejor punto para la operación: Una altura de las rocas asequible combinada con una esquina en la que medio encajonar las cajas. El inconveniente que tenía es que, por su orientación, no ofrecía protección del oleaje. Con las manos libres habría sido asequible acercarse indemne, pero, con la única tracción de las piernas, las olas me zarandearon y me llevé golpes por todas partes. Meses después, todavía perduran una cicatriz en el pie izquierdo (aun yendo protegido por las chancletas) y otra en el abdomen.



Finalmente, conseguí apoyar un pie, ajustar las cajas contra la roca y soltar una mano para sacar a toda prisa las bolsas pequeñas. Para la grande no iba a bastar con una mano, así que desasí definitivamente las cajas y levanté la bolsa de plástico que la envolvía. Como si quisiera ayudarme en el movimiento, otra gran ola llegó en aquel preciso momento. Me hizo arrastrar la mochila contra la roca pero, por suerte, pude dejarla en lugar seguro y solamente la bolsa de plástico se hizo trizas. Distinto fue el efecto en las cajas. La ola, al encontrarlas sin sujeción en el embudo en el que se encontraban, las hizo volar por los aires saltando el istmo entero y desapareciendo de mi vista.

Salí del agua sin esperar la siguiente ola. Miré primero hacia la cala, para hacerle una señal a Pavel de que lo había conseguido pero no le vi ni a él ni a la canoa. Supongo que se instaló al fondo de la cala, en busca de resguardo del viento y las olas. Luego miré al agua del otro lado del istmo, donde bailaban los restos de mi construcción. Las cajas por un lado, y cada pedazo de poliestireno por otro. Estrictamente, no había incumplido la norma autoimpuesta de no tirar basura en el entorno porque aquella ya estaba por allí cuando llegué, pero sentí pesar por mi contribución en desperdigarla. Como atenuente, pensé que por acción del viento al cabo de pocas horas todo aquello acabaría en el mismo lugar del que lo había recogido.

En cualquier caso, yo estaba otra vez fuera del agua. Daría por finalizada la travesía si por allí conseguía llegar al tendido eléctrico. Esperaba que esa fuese la última etapa.

domingo, 21 de agosto de 2016

Leros-Kalymnos XIV

Mis chanclas eran de tipo sandalia y me las había dejado bien ajustadas en previsión de lo que me encontraría a la hora de salir del agua. De todos modos, antes había que llegar hasta aquellas rocas con el equipaje intancto sobre las cajas. En una bolsa de plástico grande había metido la mochila con casi todo dentro. Lo que no cupo (cosas que se podían mojar) lo repartí en dos mochilitas de esas tan simples y pequeñas que se cierran tirando de unas cuerdas que hacen la función de asas. La bolsa de plástico no cerraba herméticamente y por lo tanto solamente salvaba de las salpicaduras. Si en cualquier momento se me volcaba el equipaje, se me mojaría TODO: ropa, electrónica, dinero. Era crítico impedirlo.

Carguero inclinado por una tormenta (foto de France Info)


Cuando se arrastra algo en el agua, lo más eficiente es colocar el cuerpo de lado lo más horizontal posible, estirando con la mano que queda en la parte superior e impulsando con la otra y las piernas. Sin embargo, yo no podía permitirme esa eficiencia porque la estabilidad de mi carga era muy delicada. Debía aguantar las cajas con ambas manos para asegurarme de que no se inclinasen al chocar con las olas. Eso obligaba a mantener el cuerpo prácticamente vertical, lo que a su vez provocaba ausencia de hidrodinámica y dificultad de impulsión con las piernas. La velocidad de avance era extremadamente lenta pero la prioridad era el equilibrio de las cajas. Más valía pasarse que quedarse corto, porque un solo segundo de despiste podía acabar con todo el equipaje empapado. Las olas más altas salpicaban de lleno en la bolsa de plástico, pero el objetivo principal se cumplía y ningún envite había desequilibrado el paquete. Por eso, el cansancio de las piernas por tan complicada postura se afrontaba bien.

Por cierto, al pasar por delante de ellos y verlos desde otro ángulo, descubrí que los barrancos parecían bastante asequibles y que podría haber llegado por tierra en lugar de arriesgarme a un naufragio. Lo tendré en cuenta la próxima vez que quede atrapado en aquella cala.

sábado, 6 de agosto de 2016

Leros-Kalymnos XIII

El diseño del artilugio en el que llevaría el equipaje hasta las rocas de salida era simple: Una caja de plástico del revés y otra encima del derecho, atadas con cuerdas y restos de redes. Llené la de abajo de corcho y en la de encima, donde iría la mochila, metí piedras para hacer una botadura de prueba. El invento cumplía sobradamente la primera ley de la náutica, que manda que las embarcaciones floten. Pero no la segunda, que manda que el centro de gravedad se encuentre lo más bajo posible para que las oscilaciones no provoquen el volcado. Si hubiese encontrado alguna caja más, habría añadido un piso inferior con piedras. Pero como las que quedaban en la cala estaban demasiado rotas, retiré algunos trozos de poliestireno para que no flotase tanto y vaciando la caja de encima di por finalizada la construcción. Sin tenerlas todas conmigo, llevándolo con mucho cuidado podía no hundirse.

Pájaro posado sobre una caja arrastrada hasta la costa


No recuerdo cómo, en la conversación con Pavel salió nuevamente su plan de remar al día siguiente, con mejor tiempo.

—La previsión meteorológica para mañana es aún peor que la de hoy —le advertí.

—¿Ah sí? ¿Y la de pasado?

—Esa ya no la conozco.

—Mmm... entonces a lo mejor salgo esta tarde, porque no tendría agua para tantos días.

Durante una fracción me quise tirar de los pelos por no habérselo mencionado al principio. Luego pensé que podía esperar a que se preparase y salir juntos hacia otra cala accesible. Pero otra fracción después decidí seguir con el plan de llevar el equipaje en las cajas. Por un lado él no lo dijo muy rotundamente, y por otro yo, después del rato dedicado al montaje de las cajas, tenía ganas de intentar la aventura en solitario.

Cuando estuve listo, Pavel me ayudó a transportar las cajas durante los primeros metros en el agua. Con cuatro manos era fácil evitar que se inclinasen y volcasen. Cuando el agua nos cubría por encima de la cintura, me dijo que si avanzaba más perdería las chancletas. Solté la mano derecha para estrechar la suya, le agradecí toda su ayuda, y nos despedimos deseándonos suerte. Los dos la íbamos a necesitar.

jueves, 21 de julio de 2016

Leros-Kalymnos XII

Desde la cala se podía llegar caminando a unos metros de distancia del agua hasta la zona por la que pretendía subir. Solamente había unos obstáculos: Una cerca (otra curiosa costumbre helena esa de plantar vallas por los sitios más recónditos) y dos o tres barrancos. En la primera había una puerta algo destartalada, así que no sería difícil de salvar. Los surcos en la ladera en cambio no estaban tan claros. Desde nuestro ángulo solamente se apreciaba su existencia, pero no su dificultad. Nuevamente Pavel los veía perfectamente salvables, mientras que yo tenía reticencias. Otros años, en otras islas, ya me había metido por lugares que no parecían problemáticos y luego me había arrepentido amargamente. Quizás al llegar a ellos resultaban sencillos de atravesar, pero si existiese alguna alternativa prefería no arriesgarme. ¿Existía alternativa?

Me había fijado en unas rocas bajas que había en la orilla. Por toda aquella pared hay demasiada altura para poder salir del agua, con dos excepciones. La más asequible se encuentra entre dos barrancos, así que solamente ahorra la mitad del peligro, mientras que la otra es un poco menos practicable pero se encuentra justo al pie de la zona por la que se puede subir. Así que sí, existía la opción de llegar nadando. Si Pavel era capaz de remar esos 200 metros, podría llevarme el equipaje y yo escaparía.

—Sí, remar hasta allí sí podría. El problema está en poder pararme para descargar.

Aj, había olvidado que el mayor enemigo para la estabilidad de la canoa era la lentitud, y pararse justo donde las olas rompían iba a resultarle peligroso. Pero todavía no estaba todo perdido. En la cala había corcho blanco como para reflotar el Titanic. Construiría un artilugio flotante en el que transportar yo mismo el equipaje.

Vista de satélite de la ensenada (Google Maps)

sábado, 25 de junio de 2016

Leros-Kalymnos XI

No sé cuánto tiempo pasamos así hasta que una ola más fuerte que las demás nos mojó hasta las rodillas. Fue una buena excusa para desperezarnos. Había que volver a nadar hasta otra playa de la que sí se pudiese salir a pie, seguramente aquella donde Pavel me había dicho que iba a hacer noche. Sin embargo, sus palabras después del descanso no fueron en esa línea:

—Creo que me voy a quedar a dormir aquí.

—¿¿Qué??

—Sí, porque tal y como está la mar creo que será mejor no salir con la canoa hasta mañana.

—Ah... pues... entonces yo también...

—Ah, ¿¿tú también te quedas?? —preguntó como sorprendido.

—Hombre... ¿cómo me voy a ir si no? —No sabía si me estaba tomando el pelo o realmente creía que podría cargar con la mochila sobre la cabeza por el agua.

—Por ahí —contestó señalando al fondo de la cala.

Me puse las gafas para observar mejor las enormes rocas allí agolpadas, porque al llegar no me había parecido para nada que por aquella zona se pudiese pasar. La inspección no dio resultados distintos. No veía cómo escapar por allí. Pavel en cambio me lo presentaba facilísmo.

—Sí, subes por aquí, luego pasas ahí, y luego ya sigues.

—Imposible. —No lo decía en el sentido de que fuese una gesta inhumana. Posiblemente, un escalador experto sería capaz de subir por aquella pared sin dificultad. Lo que yo quería decir es que era imposible que yo, sin conocimientos ni experiencia ni material de escalada, lo intentase si no era a punta de pistola. Porque encima solamente veíamos el tramo inferior. Incluso subí por el lateral contrario hasta bastante altura. Aquello permitía salvar las rocas de abajo, pero la ruta que seguía parecía apta solo para cabras. No. Nadar entre islas puede ser una locura; meterme por aquellas rocas era una temeridad.

Escalador en la costa noroeste de Kalymnos


—Ya te había avisado de que Kalymnos era una isla para escaladores.

—Ya, hombre, pero nadando he visto laderas por las que se podía subir sin cuerdas y arneses.

—Bueno, si no también puedes subir por allí.

Señaló hacia la pared occidental de la ensenada. Mientras que la oriental era completamente vertical, la que él me indicaba tenía una pendiente de unos 45º y por la parte más alejada de nosotros  aparentemente permitía llegar hasta donde pasaban los postes de la luz. Aquello era otra cosa. Solo faltaba llegar hasta aquel extremo.

domingo, 12 de junio de 2016

Leros-Kalymnos X

Al fondo de la cala había una especie de empinado barranco bloqueado por rocas gigantescas. El suelo hasta allí estaba cubierto por kilos de basura: Restos de redes, cajas de plástico, botellas, maderas, corcho blanco... Cualquier material que flotase era susceptible de ser arrastrado por las olas hasta aquella playa, incluso más de diez metros tierra adentro.

Kalymnos desde el suroeste

Tras secarme y ponerme camiseta y chanclas, busqué un trocito de suelo libre en el que sentarme para comer algún tentempié que llevaba en la mochila. La idea original era consumirlos durante la caminata por el norte de Kalymnos. Los planes se habían torcido un poco y probablemente ya no iba a poder llegar a la capital de la isla antes del anochecer, pero a medio camino había otras zonas habitadas donde encontrar alojamiento. Comí mucho menos de lo que el hambre pasada en el agua hacía presagiar (afortunadamente, puesto que tampoco habia cogido mucha comida). Engullí un par de puñados de cacahuetes y otros tantos de patatas fritas, y se me pasó.

Pavel ya había comido mientras me esperaba. Durante mi tardanza, había sopesado arriesgarse a navegar contra las olas para buscarme o llamar por teléfono para conseguir ayuda (no sé si a los guardacostas o a Telepizza). Nos tumbamos a la sombra que a aquella hora cubría la cuarta parte de la cala. Sin llegar a dormir, fue un rato de máxima paz con el sonido de las olas rompiendo justo a nuestros pies.