Un chico de unos doce años apareció y curioseó en torno a la canoa. Conversando un poco con él, me contó que su familia se dedicaba a la pesca y tenía un par de embarcaciones, así que quise saber su opinión sobre en qué estado nos íbamos a encontrar la mar. Echó un vistazo y dijo que le parecía que "bonanza". Perfecto, podíamos partir tranquilos.
Al principio de la travesía esquivamos unos cuantos veleros fondeados, y luego pudimos seguir en línea más o menos recta hacia Kalymnos. A medida que nos acercábamos a la bocana del golfo iban creciendo las olas, pero sin representar ningún problema para la natación. Cuando superaban el palmo de altura, Pavel se adelantó. Poco a poco, se llegó a alejar más de 30 metros. Entonces, viró 90 grados a la izquierda. ¿¿Estaba dando media vuelta??
—¡PAVEL!
—¡TRANQUILO, TODO VA BIEN! —Siguió virando hasta ir en sentido contrario al mío—. Es por estabilidad, como en una bicicleta. Es más fácil superar las olas si vas rápido. Tú sigue, que yo iré dando vueltas alrededor de ti.
Cuando volvió a adelantarme, tuve cargo de conciencia. Me di cuenta de cómo tenía que bregar con los remos y yo no solo le hacía ir mas lento sino que además le había cargado el peso de mi equipaje encima de la canoa. Aun así, insitió en que todo iba bien.
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