jueves, 21 de julio de 2016

Leros-Kalymnos XII

Desde la cala se podía llegar caminando a unos metros de distancia del agua hasta la zona por la que pretendía subir. Solamente había unos obstáculos: Una cerca (otra curiosa costumbre helena esa de plantar vallas por los sitios más recónditos) y dos o tres barrancos. En la primera había una puerta algo destartalada, así que no sería difícil de salvar. Los surcos en la ladera en cambio no estaban tan claros. Desde nuestro ángulo solamente se apreciaba su existencia, pero no su dificultad. Nuevamente Pavel los veía perfectamente salvables, mientras que yo tenía reticencias. Otros años, en otras islas, ya me había metido por lugares que no parecían problemáticos y luego me había arrepentido amargamente. Quizás al llegar a ellos resultaban sencillos de atravesar, pero si existiese alguna alternativa prefería no arriesgarme. ¿Existía alternativa?

Me había fijado en unas rocas bajas que había en la orilla. Por toda aquella pared hay demasiada altura para poder salir del agua, con dos excepciones. La más asequible se encuentra entre dos barrancos, así que solamente ahorra la mitad del peligro, mientras que la otra es un poco menos practicable pero se encuentra justo al pie de la zona por la que se puede subir. Así que sí, existía la opción de llegar nadando. Si Pavel era capaz de remar esos 200 metros, podría llevarme el equipaje y yo escaparía.

—Sí, remar hasta allí sí podría. El problema está en poder pararme para descargar.

Aj, había olvidado que el mayor enemigo para la estabilidad de la canoa era la lentitud, y pararse justo donde las olas rompían iba a resultarle peligroso. Pero todavía no estaba todo perdido. En la cala había corcho blanco como para reflotar el Titanic. Construiría un artilugio flotante en el que transportar yo mismo el equipaje.

Vista de satélite de la ensenada (Google Maps)

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