Tras secarme y ponerme camiseta y chanclas, busqué un trocito de suelo libre en el que sentarme para comer algún tentempié que llevaba en la mochila. La idea original era consumirlos durante la caminata por el norte de Kalymnos. Los planes se habían torcido un poco y probablemente ya no iba a poder llegar a la capital de la isla antes del anochecer, pero a medio camino había otras zonas habitadas donde encontrar alojamiento. Comí mucho menos de lo que el hambre pasada en el agua hacía presagiar (afortunadamente, puesto que tampoco habia cogido mucha comida). Engullí un par de puñados de cacahuetes y otros tantos de patatas fritas, y se me pasó.
Pavel ya había comido mientras me esperaba. Durante mi tardanza, había sopesado arriesgarse a navegar contra las olas para buscarme o llamar por teléfono para conseguir ayuda (no sé si a los guardacostas o a Telepizza). Nos tumbamos a la sombra que a aquella hora cubría la cuarta parte de la cala. Sin llegar a dormir, fue un rato de máxima paz con el sonido de las olas rompiendo justo a nuestros pies.
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