miércoles, 9 de marzo de 2016

Leros-Kalymnos IV

Fuera de la protección del golfo, las olas sobrepasaban el medio metro. Provenientes con mucho desorden del noroeste, a nado no solo no eran difíciles de sortear sino que incluso hacían la travesía más divertida. Desde la canoa en cambio se debía de ver bastante distinto, porque Pavel dejó de dar vueltas y fue directo hacia el primero de los dos islotes (Mikro y Megalo Glaronisi) que flanquean por el oeste el paso entre Leros y Kalymnos.

Cuando estaba más o menos a media distancia de Leros y del islote, apareció un barco por la derecha, navegando en perpendicular. Reconocí de inmediato la embarcación que menos ganas tenía de encontrarme de todas las que estuviesen en cien kilómetros a la redonda. Era un guardacostas que la noche anterior había visto atracado en Lakki. Aunque todavía estaba un poco lejos, con Pavel más de cien metros por delante de mí paré de nadar para vigilar que el barco no me pisase como un elefante a una hormiga. Empecé a suponer que tendría que darles explicaciones de qué hacía solo en medio del mar. Y a rezar para que no me obligasen a salir del agua.

Guardacostas griego


Balanceándome con las olas, fui observando cómo se acercaban. Vi movimiento de dos o tres personas en cubierta y al pasar por delante de mí el motor redujo marcha. Sin embargo, siguió avanzando. Nadie me dijo nada, y al cabo de un rato aún seguía alejándose. No tenía ningunas ganas de que parasen y tampoco mostré ninguna señal de necesidad de ayuda, pero por otro lado no da mucha tranquilidad que en plena crisis de refugiados sirios un guardacostas no preste la más mínima atención a una persona flotando a medio kilómetro de tierra.

El guardacostas había cruzado entre Pavel y yo, y cuando se fue apenas pude ver la canoa metiéndose tras un cabo del islote. Tenía la esperanza de que al abrigo del islote el oleaje fuese menor y Pavel me pudiese esperar allí. Si no... a saber cuándo volvería a verlo. ¿Me vería obligado a nadar hasta la cala en la que él iba a hacer noche? Cuando doblé el cabo encontré una verdadera balsa de aceite, sin la más mínima ola, y a Pavel esperándome.

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