No recuerdo cómo, en la conversación con Pavel salió nuevamente su plan de remar al día siguiente, con mejor tiempo.
—La previsión meteorológica para mañana es aún peor que la de hoy —le advertí.
—¿Ah sí? ¿Y la de pasado?
—Esa ya no la conozco.
—Mmm... entonces a lo mejor salgo esta tarde, porque no tendría agua para tantos días.
Durante una fracción me quise tirar de los pelos por no habérselo mencionado al principio. Luego pensé que podía esperar a que se preparase y salir juntos hacia otra cala accesible. Pero otra fracción después decidí seguir con el plan de llevar el equipaje en las cajas. Por un lado él no lo dijo muy rotundamente, y por otro yo, después del rato dedicado al montaje de las cajas, tenía ganas de intentar la aventura en solitario.
Cuando estuve listo, Pavel me ayudó a transportar las cajas durante los primeros metros en el agua. Con cuatro manos era fácil evitar que se inclinasen y volcasen. Cuando el agua nos cubría por encima de la cintura, me dijo que si avanzaba más perdería las chancletas. Solté la mano derecha para estrechar la suya, le agradecí toda su ayuda, y nos despedimos deseándonos suerte. Los dos la íbamos a necesitar.
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