Mientras me entregaba el equipaje, manteniendo la barca a poca distancia de las rocas, Mixalis aún me insistió (porque ya me lo había propuesto antes) en que me esperase allí para ir a buscarme con su coche o moto cuando dejase la barca en el puerto. No comprendía que me quisiese cansar andando por Leros (como si en cambio cansarse nadando desde Leipsoi sí fuese comprensible). Le volví a responder que si el objetivo del viaje hubiese sido no cansarme, habría ido encima de la barca en lugar de hacerlo a su lado. Le volvía a agradecer su ayuda, y finalmente se fue a toda máquina. Por la tarde volvimos a vernos y me explicó que un vecino había fallecido y tenía que ir a dar el pésame antes de cierta hora, de ahí el acelerón.
Me quedé sobre las rocas, secándome y vistiéndome con mucha calma antes de caminar por fin por aquella carretera que tanto rato había visto desde el agua. Al calzarme, me di cuenta de que el dolor de la patada al erizo había aumentado en lugar de disminuir. Me miré el pie y encontré media docena de pinchos clavados en la planta, cerca del meñique. Conseguí quitarme uno, pero, como con el resto no hubo forma, inicié igualmente el camino a pie hacia Lakki, el principal puerto de Leros. Habría que convivir con los pinchos el resto del viaje. Casi todos me acompañaron hasta Rodas.
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