domingo, 13 de diciembre de 2015

Leipsoi-Leros I

El día previsto para la travesía entre las islas de Leipsoi y Leros salí a la calle cuando empezaba a clarear. Había quedado a las siete con Mixalis, un pescador jubilado de Leros, en el embarcadero de Katsadia, a menos de dos kilómetros de la capital de Leipsoi. Incluso con gallos de todos los rincones compitiendo a esa hora por ser el cantante mas poderoso, la tranquilidad reinaba en el pueblo. De hecho, continuó durante todo el paseo hasta el embarcadero. La única presencia humana que vi fue una camioneta que me adelantó en una larga cuesta. Cincuenta metros después de adelantarme, el conductor paró, se asomó por la ventanilla y me preguntó si quería que me acercase a algún lugar. Desde la distancia, le agradecí el ofrecimiento y le contesté que no. El resto del trayecto, ni siquiera encontré algo de ganado como el día anterior. Solamente un autillo y un par de conejos que salieron de la carretera en cuanto me vieron.

Acceso a Katsadia con Leros al fondo (foto de Panoramio)


Los últimos metros antes de llegar a la bahía de Katsadia los forman una bajada, y desde lo alto se dispone de unas magníficas vistas en dirección sur hacia Leros. Había llegado con veinte minutos de adelanto y me paré a contemplarlas. Pude apreciar dos cosas significativas. La primera, es que el mar estaba liso como un espejo. Parecía que los vientos del Egeo concedían una tregua. La otra no era tan tranquilizadora: Aparte de cuatro o cinco veleros fondeados en la bahía, no había rastro de ninguna embarcación que subiese desde Leros. Mixalis me había dicho que con su barquita necesitaba una hora para llegar hasta Leipsoi, por lo que a las siete menos veinte debería estar como mínimo a medio camino. No es que fuese a llegar tarde, es que ni siquiera se encontraba al principio del recorrido.

Bajé hasta la playa y el embarcadero acordándome de toda su familia. Dejé el equipaje en el suelo y me encaramé a unas rocas que hay al final del muelle, para poder volver a mirar hacia Leros, que queda oculto desde ras de suelo. No es que esperase que Mixalis apareciese antes por vigiar, pero subir a los rompientes siempre es un entretenimento divertido. Mientras meditaba qué hacer, me pareció distinguir una cabina por entre los mástiles de los veleros de la derecha. Me temí que las ganas de que apareciese Mixalis me estaban haciendo imaginar lo que no era. Cuando comenzó a oírse un zumbido de motor, empecé a creer que quizás sí podía ser él. Al poco, apareció de detrás de uno de los veleros su barca completa. A las siete menos diez estábamos los dos en el punto de encuentro. Resulta que aquella noche había pescado unos calamares y, para que no se estropeasen con el calor de la mañana, había ido antes que nada al puerto de Leipsoi a entregárselos a alguien.

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