Como en aquel momento todavía no había perdido todas las esperanzas de nadar algunos días más, empecé con ritmo tranquilo, para no pagar el esfuerzo en días posteriores. Tras alejarnos de Leipsoi, la superficie del mar se arrugó un poco, pero seguía siendo cómodo avanzar por ella. Al cabo de una media hora, al hacer tracción con el brazo izquierdo, se me enredó una especie de hilo en el antebrazo. En seguida moví el brazo para sacudírmelo, y entonces noté una ligera irritación por donde aquello me había rozado. Fue poca cosa, pero suficiente para pensar en medusas. Hice la primera parada para beber y le pregunté a Mixalis si había medusas. Como suponía, me dijo que no.
Ni cinco minutos después, una me golpeó de lleno en el hombro izquierdo. Sin contar una picadura en la cara, esta fue la más dolorosa que había sufrido nunca. No tengo ni idea del tipo de monstruo con el que me topé, pero, también a diferencia de todas las anteriores, esta me dejó una marca que duró un par de días. En contra de lo que cabía esperar por el golpe, la señal que quedó no fue un círculo sino una raya zigzagueante. En cualquier caso, eso disparó la paranoia en mí. Si lo del antebrazo podría haber sido un hilo de pescar abandonado, lo del hombro no dejaba lugar a dudas. Para mí ya no había ni Leros, ni Mixalis, ni olas. Solamente un campo de minas-medusa esperando que las tocase para explotarme en la piel. Cambié la forma de nadar, levantando la cara para intentar verlas venir. A pesar de que la experiencia previa no recomendaba mantener esa postura más de tres cuartos de hora, ya que a que dos años antes lo había hecho y se me habían cargado los trapecios, el miedo de encontrar otro de esos odiosos seres pesaba más.
Una muestra de lo mal que funciona la mente en esas condiciones se dio un rato después. Por la derecha se aproximaba un mercante bastante grande en dirección perpendicular, hacia el este, de tal manera que si los dos hubiésemos ido a la misma velocidad podríamos haber chocado 300 metros más adelante. Solo que obviamente eso no iba a suceder porque el barco debía de ir diez veces más rápido. Yo era consciente de ello. Pues aun así, lo iba mirando con desconfianza, pensando que qué inoportuno era, y vigilando que no nos acercásemos demasiado. Cuando pasó por delante (todavía debía de estar a más de 250 metros), me detuve para asegurarme de que no estorbaba y Mixalis, siempre atento, paró también unos metros por delante. No se me ocurrió una pregunta más estúpida que hacerle que a dónde iba el barco. Estúpida porque en aquella dirección solo había Asia Menor, y estúpida porque qué iba a saber Mixalis del destino exacto de cada barco. Su respuesta fue la mejor posible a semejante tontería: Sin decir nada, señaló hacia Turquía.
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