Cuando se arrastra algo en el agua, lo más eficiente es colocar el cuerpo de lado lo más horizontal posible, estirando con la mano que queda en la parte superior e impulsando con la otra y las piernas. Sin embargo, yo no podía permitirme esa eficiencia porque la estabilidad de mi carga era muy delicada. Debía aguantar las cajas con ambas manos para asegurarme de que no se inclinasen al chocar con las olas. Eso obligaba a mantener el cuerpo prácticamente vertical, lo que a su vez provocaba ausencia de hidrodinámica y dificultad de impulsión con las piernas. La velocidad de avance era extremadamente lenta pero la prioridad era el equilibrio de las cajas. Más valía pasarse que quedarse corto, porque un solo segundo de despiste podía acabar con todo el equipaje empapado. Las olas más altas salpicaban de lleno en la bolsa de plástico, pero el objetivo principal se cumplía y ningún envite había desequilibrado el paquete. Por eso, el cansancio de las piernas por tan complicada postura se afrontaba bien.
Por cierto, al pasar por delante de ellos y verlos desde otro ángulo, descubrí que los barrancos parecían bastante asequibles y que podría haber llegado por tierra en lugar de arriesgarme a un naufragio. Lo tendré en cuenta la próxima vez que quede atrapado en aquella cala.