domingo, 21 de agosto de 2016

Leros-Kalymnos XIV

Mis chanclas eran de tipo sandalia y me las había dejado bien ajustadas en previsión de lo que me encontraría a la hora de salir del agua. De todos modos, antes había que llegar hasta aquellas rocas con el equipaje intancto sobre las cajas. En una bolsa de plástico grande había metido la mochila con casi todo dentro. Lo que no cupo (cosas que se podían mojar) lo repartí en dos mochilitas de esas tan simples y pequeñas que se cierran tirando de unas cuerdas que hacen la función de asas. La bolsa de plástico no cerraba herméticamente y por lo tanto solamente salvaba de las salpicaduras. Si en cualquier momento se me volcaba el equipaje, se me mojaría TODO: ropa, electrónica, dinero. Era crítico impedirlo.

Carguero inclinado por una tormenta (foto de France Info)


Cuando se arrastra algo en el agua, lo más eficiente es colocar el cuerpo de lado lo más horizontal posible, estirando con la mano que queda en la parte superior e impulsando con la otra y las piernas. Sin embargo, yo no podía permitirme esa eficiencia porque la estabilidad de mi carga era muy delicada. Debía aguantar las cajas con ambas manos para asegurarme de que no se inclinasen al chocar con las olas. Eso obligaba a mantener el cuerpo prácticamente vertical, lo que a su vez provocaba ausencia de hidrodinámica y dificultad de impulsión con las piernas. La velocidad de avance era extremadamente lenta pero la prioridad era el equilibrio de las cajas. Más valía pasarse que quedarse corto, porque un solo segundo de despiste podía acabar con todo el equipaje empapado. Las olas más altas salpicaban de lleno en la bolsa de plástico, pero el objetivo principal se cumplía y ningún envite había desequilibrado el paquete. Por eso, el cansancio de las piernas por tan complicada postura se afrontaba bien.

Por cierto, al pasar por delante de ellos y verlos desde otro ángulo, descubrí que los barrancos parecían bastante asequibles y que podría haber llegado por tierra en lugar de arriesgarme a un naufragio. Lo tendré en cuenta la próxima vez que quede atrapado en aquella cala.

sábado, 6 de agosto de 2016

Leros-Kalymnos XIII

El diseño del artilugio en el que llevaría el equipaje hasta las rocas de salida era simple: Una caja de plástico del revés y otra encima del derecho, atadas con cuerdas y restos de redes. Llené la de abajo de corcho y en la de encima, donde iría la mochila, metí piedras para hacer una botadura de prueba. El invento cumplía sobradamente la primera ley de la náutica, que manda que las embarcaciones floten. Pero no la segunda, que manda que el centro de gravedad se encuentre lo más bajo posible para que las oscilaciones no provoquen el volcado. Si hubiese encontrado alguna caja más, habría añadido un piso inferior con piedras. Pero como las que quedaban en la cala estaban demasiado rotas, retiré algunos trozos de poliestireno para que no flotase tanto y vaciando la caja de encima di por finalizada la construcción. Sin tenerlas todas conmigo, llevándolo con mucho cuidado podía no hundirse.

Pájaro posado sobre una caja arrastrada hasta la costa


No recuerdo cómo, en la conversación con Pavel salió nuevamente su plan de remar al día siguiente, con mejor tiempo.

—La previsión meteorológica para mañana es aún peor que la de hoy —le advertí.

—¿Ah sí? ¿Y la de pasado?

—Esa ya no la conozco.

—Mmm... entonces a lo mejor salgo esta tarde, porque no tendría agua para tantos días.

Durante una fracción me quise tirar de los pelos por no habérselo mencionado al principio. Luego pensé que podía esperar a que se preparase y salir juntos hacia otra cala accesible. Pero otra fracción después decidí seguir con el plan de llevar el equipaje en las cajas. Por un lado él no lo dijo muy rotundamente, y por otro yo, después del rato dedicado al montaje de las cajas, tenía ganas de intentar la aventura en solitario.

Cuando estuve listo, Pavel me ayudó a transportar las cajas durante los primeros metros en el agua. Con cuatro manos era fácil evitar que se inclinasen y volcasen. Cuando el agua nos cubría por encima de la cintura, me dijo que si avanzaba más perdería las chancletas. Solté la mano derecha para estrechar la suya, le agradecí toda su ayuda, y nos despedimos deseándonos suerte. Los dos la íbamos a necesitar.