Desde la cala se podía llegar caminando a unos metros de distancia del
agua hasta la zona por la que pretendía subir. Solamente había unos
obstáculos: Una cerca (otra curiosa costumbre helena esa de plantar
vallas por los sitios más recónditos) y dos o tres barrancos. En la
primera había una puerta algo destartalada, así que no sería difícil de
salvar. Los surcos en la ladera en cambio no estaban tan claros. Desde
nuestro ángulo solamente se apreciaba su existencia, pero no su
dificultad. Nuevamente Pavel los veía perfectamente salvables, mientras
que yo tenía reticencias. Otros años, en otras islas, ya me había metido
por lugares que no parecían problemáticos y luego me había arrepentido
amargamente. Quizás al llegar a ellos resultaban sencillos de atravesar,
pero si existiese alguna alternativa prefería no arriesgarme. ¿Existía
alternativa?
Me había fijado en unas rocas bajas que había en la
orilla. Por toda aquella pared hay demasiada altura para poder salir del
agua, con dos excepciones. La más asequible se encuentra entre dos
barrancos, así que solamente ahorra la mitad del peligro, mientras que
la otra es un poco menos practicable pero se encuentra justo al pie de
la zona por la que se puede subir. Así que sí, existía la opción de
llegar nadando. Si Pavel era capaz de remar esos 200 metros, podría
llevarme el equipaje y yo escaparía.
—Sí, remar hasta allí sí podría. El problema está en poder pararme para descargar.
Aj,
había olvidado que el mayor enemigo para la estabilidad de la canoa era
la lentitud, y pararse justo donde las olas rompían iba a resultarle
peligroso. Pero todavía no estaba todo perdido. En la cala había corcho
blanco como para reflotar el Titanic. Construiría un artilugio flotante
en el que transportar yo mismo el equipaje.