Decantaron la balanza un par de figuras que me pareció distinguir en la cala. Podía tratarse de un espejismo causado por la falta de glucosa en el cerebro, pero incluso la de la izquierda tenía forma de piragua y la de la derecha de persona, por lo que me dirigí hacia allí. La siguiente vez que alcé la cabeza por encima de las olas, seguían estando pero ya no me parecieron tan claras. La siguiente, solo vi media figura. La cosa empeoraba. En cualquier caso, si todo era producto de mi mente, estaba claro que no podía proseguir el viaje en aquel estado, así que continué en dirección a la cala.
A pocos metros de tierra volví a levantar la cabeza, y vi a Pavel sentado en la orilla junto a su canoa. Aun pudiendo completar los últimos metros a pie, nadé ya sin parar hasta prácticamente chocar con la cabeza con la orilla, compuesta en este caso por guijarros. Pavel estaba muy aliviado por verme nuevamente, pero la barriga no me permitió responder a su efusividad. Me lancé entre mi equipaje en busca de una botella de agua en la que por la mañana había disuelto azúcar, la forma más rápida de recuperar un nivel glucémico tolerable. Todavía habría que volver a nadar para salir de aquel rinconcito, pero con el estómago lleno sería mucho más fácil.