domingo, 22 de mayo de 2016

Leros-Kalymnos IX

A unos dos kilómetros de la punta norte de Kalymnos hay en la costa este una ensenada con una cala sin acceso terrestre, seguida de un pequeño cabo. Al verla, un nuevo dilema me asaltó. ¿Meterme dentro hasta la cala, o seguir nadando más allá del cabo? Parar en la cala podía permitirme descansar un rato hasta que se cerrase el estómago y desapareciese el hambre, pero también podía hacerme perder un tiempo y unas fuerzas valiosos.

El islote de Kalolimnos, a unos 7 km al este de Kalymnos


Decantaron la balanza un par de figuras que me pareció distinguir en la cala. Podía tratarse de un espejismo causado por la falta de glucosa en el cerebro, pero incluso la de la izquierda tenía forma de piragua y la de la derecha de persona, por lo que me dirigí hacia allí. La siguiente vez que alcé la cabeza por encima de las olas, seguían estando pero ya no me parecieron tan claras. La siguiente, solo vi media figura. La cosa empeoraba. En cualquier caso, si todo era producto de mi mente, estaba claro que no podía proseguir el viaje en aquel estado, así que continué en dirección a la cala.

A pocos metros de tierra volví a levantar la cabeza, y vi a Pavel sentado en la orilla junto a su canoa. Aun pudiendo completar los últimos metros a pie, nadé ya sin parar hasta prácticamente chocar con la cabeza con la orilla, compuesta en este caso por guijarros. Pavel estaba muy aliviado por verme nuevamente, pero la barriga no me permitió responder a su efusividad. Me lancé entre mi equipaje en busca de una botella de agua en la que por la mañana había disuelto azúcar, la forma más rápida de recuperar un nivel glucémico tolerable. Todavía habría que volver a nadar para salir de aquel rinconcito, pero con el estómago lleno sería mucho más fácil.

sábado, 7 de mayo de 2016

Leros-Kalymnos VIII

En cierto momento, se me abrieron los cielos. Después de metros y más metros de roca desnuda, ¡vi un erizo! Solitario, a un par de metros de profundidad, por fin algo que llevarme a la boca. Daba igual que lo que tiene valor gastronómico de cada uno apenas llene dos cucharas. Daba igual que en verano a lo mejor ni siquiera tengan nada (si en Grecia está prohibido capturarlos fuera de la temporada invernal, espero que el juez sepa entender la gravedad de la situación). Daba igual que en "Kidnapped!" David Balfour sufriese una intoxicación por comerlos. Estaba más hambriento que una barracuda, y aquel erizo iba a pagarlo.

Erizo de mar mediterráneo


Buceé para cogerlo y, claro, no pude. No sobrevivirían a las olas si no tuviesen un buen sistema de agarre al suelo, ni a los depredadores sin no tuviesen un buen recubrimiento de pinchos. Pero la suerte estaba de mi lado. A unos cinco metros de profundidad vislumbré la única piedra en más de una hora. Era más grande de lo que necesitaba, unos dos kilos, pero no importaba. Con ella pude empujar lateralmente al erizo y despegarlo del suelo. Subí con cada uno en una mano a la superficie. Observado de cerca, los pedúnculos del bicho daban un poco de asco, pero a buen hambre no hay pan duro.

Para redondear la racha de buena suerte, cerca de tierra había una roca que sobresalía un poco del agua, con una hendidura en el centro donde apoyar el erizo, y con otras alrededor con la profundidad perfecta para sostenerme de pie. Ni hecho a medida. Así podía golpear el erizo con la piedra, abrirlo como si fuese una nuez, y comerme lo que encontrase dentro. Me temía que eso tampoco iba a ser muy agradable a la vista, pero el estómago no tenía muchos remilgos en aquel momento. Levanté la piedra, calculando con qué fuerza tenía que descargarla: ni demasiado flojo para romper la coraza negra, ni demasiado fuerte para no espachurrarlo. Justo entonces, llegó una ola más grande que las demás y barrió la roca donde tenía el erizo, llevándoselo quién sabe dónde.

Mi racha de buena suerte se había acabado de repente. Hace 25 siglos habría creído que Poseidón me había puesto la miel en los labios y me la había arrebatado por diversión. Aceptando su burla, dejé hundir la piedra y seguí con mi rumbo.