El parecido con Dodekolympisa es evidente: Ir de un lugar a otro a través de islas únicamente con medios propios respetando al máximo el entorno. Algunas diferencias también saltan a la vista fácilmente: La dureza añadida de nadar en aguas gélidas, la cantidad y nivel físico de los participantes, la profesionalidad de la organización, la duración, el material permitido, etc.
Sin embargo, hay otra diferencia mucho más fundamental, de concepto: Dodekolympisa no es una competición sino un viaje. Como competición, miles de personas en el mundo la completarían muchísimo más rápido. Pero como viaje, no se trata de ir rápido sino de todo lo contrario, de ir lo más lento posible. De preguntar a los isleños cómo es la vida cuando los turistas desaparecen; de averiguar (a ser posible, no en primera persona) qué pasa cuando alguien se pone enfermo; de conocer qué perspectivas tienen los pescadores; de sentarse bajo un árbol a descansar en medio del camino.
De todas formas, tampoco hay que engañarse. Para hacerse bien debería tardarse el doble o el triple de lo que se dedicará. Inevitable y desgraciadamente, aunque más relajada que en ÖTILLÖ, es cierto que también en Dodekolympisa hay una lucha contra el reloj (o el calendario) marcada por la obligación de regresar al trabajo al final de las vacaciones (lo que, según la clásica definición de Paul Bowles, convierte a quien lo hace en turista y no en viajero). Habrá que ver si el cuerpo la aguanta.